El avance de la IA desafía el trabajo humano e impone una nueva curva de aprendizaje

El crecimiento acelerado de la inteligencia artificial exige adaptación profesional y nuevas habilidades comunicacionales.

El debate en torno a los avances de la inteligencia artificial, especialmente en lo que respecta a los riesgos de la sustitución del trabajo humano por robots y al potencial creativo que puede ofender a quien se considera una suerte de corona de la creación, parece afectado por el fenómeno de la polarización.

Reconozco que este análisis es simplista en lo que concierne a los hechos. Por un lado, se percibe la inquietud causada por una nueva carrera lunar emprendida por el mercado en busca de prestigio y rentabilidad futura, lo que inevitablemente influye en la investigación académica. Si antes la investigación se realizaba con software gratuito, hoy depende cada vez más de recursos de pago. Por otro lado, desde una postura que ignora deliberadamente la cibernética, parte de la comunidad intelectual ofrece resistencia a los avances del desarrollo comunicacional.

En este contexto, quien desee seguir de cerca el progreso tecnológico de los modelos de lenguaje como GPT y Gemini necesita afrontar una curva de aprendizaje que, sin duda, le quitará el sueño. No será de extrañar que, en breve, cada individuo pase a operar su propio modelo lingüístico. Servicios como Vertex AI de Google ya posibilitan la creación de robots altamente personalizados para las tareas más diversas.

Sin embargo, si consideramos específicamente la lengua portuguesa, se percibe que los modelos de lenguaje como los mencionados tienen poca habilidad para captar subjetividades y matices lingüísticos. Al fin y al cabo, si ni siquiera un ser humano es capaz de comprender plenamente lo que los usuarios publican en internet, qué no podrá decirse del pobre robot.

Recientemente, mientras pasaba en coche por la calle Brigadeiro Franco, en Curitiba, vi a cinco funcionarios del ayuntamiento cortando el césped que bordea la acera. Uno de ellos sostenía el cortacésped, mientras los demás servían de postes móviles, sujetando una pantalla protectora alrededor del jardinero. Pensé, en aquel instante, en los últimos 300 000 años de evolución humana sintetizados en la escasez de soportes móviles, que reducen la extraordinaria máquina corporal humana a un mero soporte de pantallas.

Es preciso reconocer, por tanto, que ciertas actividades rutinarias —como resúmenes y generación de textos a partir de vídeos o audios— deben, obligatoriamente, utilizar soluciones de inteligencia artificial. De lo contrario, se desperdicia la inteligencia corporal y emocional de los seres humanos en trabajos nada gratificantes. Solo alguien que haya tenido que transcribir horas de programas de televisión o radio tendría autoridad para despreciar la ayuda de la IA en estas tareas, aunque ello revelaría una inclinación al martirio.

Hay una última reflexión que me parece importante y que atañe a una frecuente distorsión técnica. No es correcto generalizar toda la inteligencia artificial tomando como referencia exclusiva un modelo de lenguaje específico, especialmente sus versiones gratuitas. Usar ChatGPT no es lo mismo que utilizar directamente el modelo GPT. Del mismo modo, usar el chat de Gemini difiere de explorar todas las potencialidades del modelo de lenguaje Gemini. La extracción máxima del potencial de estos sistemas exige una ejecución personalizada, siendo precisamente ese uno de los trabajos que desarrollamos en el Lab Digital 2050.