Reflexión psicoanalítica sobre la culpa, la violencia y la identidad colectiva, uniendo la simbología cristiana al drama palestino actual.
Autora polémica en tiempos de pandemia asume un papel mediático al cuestionar el estatus científico del psicoanálisis.
Natalia Pasternak era una mujer pelirroja que hablaba del coronavirus, por lo que recuerdo de la época de la pandemia. En los años en que estuvo en el aire, le faltó el cuidado de adquirir una cámara y un micrófono adecuados. Fue una fuente periodística moldeada como un personaje de televisión, lo que es la regla general de las relaciones extendidas con la TV (Drauzio Varella, el médico benevolente; Caco Barcellos, el periodista infalible; Gil do Vigor, el ex-BBB-economista estrambótico).
No creo que aquella señora se haya dado cuenta de que estaba siendo utilizada en el papel de la profesora arpía (que parece desempeñar muy bien). Fue útil mientras concedía sellos inmaculados de “ciencia” a cualquier cosa contraria a Bolsonaro (aunque toda ayuda contra la ignorancia de aquel presidente fuera muy bienvenida, de todos modos).
No es necesario ser un genio de la infectología para afirmar que un vermífugo no es muy bueno contra los virus. Además, no se trataba de una discusión intelectual o técnica, sino del enfrentamiento de una crisis sanitaria simultáneamente biológica y psíquica. Los encuadres periodísticos, es comprensible, porque a todos nos tomó por sorpresa, fueron casi todo el tiempo una enfermedad aparte.
De todos modos, desafío a cualquiera a que me presente un converso a las ideas de Natalia (es una forma de hablar, no pierda tiempo con eso). ¿Existe alguien que, por intermedio del oráculo (hm) de la ciencia (hm, 2) que hablaba en el Jornal Nacional, haya dejado de tomar cloroquina, o haya tenido la dignidad de parar de defecar tratamiento precoz por la boca?
Cuando a la ciencia se la pone en el papel de dios, cuya perfección es un atributo inseparable, esta tan solo cambia el lenguaje de una vivencia religiosa y, fatalmente, se convierte en una religión y se niega a sí misma. Se espera que la ciencia sea capaz de perfeccionar las Leyes de Newton en la Teoría de la Relatividad (en este caso de la física, se trata de un cambio sustancial).
Ante la imposibilidad de criticar a la “ciencia” que nos obligó a las mascarillas y al distanciamiento social (no me atrevo a defender si estaba bien o mal), sin dudar de ella, la liberación por la racionalidad se ve reducida a una secta más.
Llevo conmigo el orgullo de haber sido humillado públicamente cuando cuestioné la “ciencia” arpía de la pandemia. Sufrí, puede reírse conmigo, una transfiguración involuntaria. Aparecí ante mis oyentes con un bigotito cuadrado y uniforme de Hugo Boss. Pero eso jamás ocurrió, ni en la pandemia, ni antes, ni jamás ocurrirá, en compañía de verdaderas personas de razón. En compañía de esas personas, se me anima a dudar de mi sombra (que, por cierto, anda un poco extraña en los últimos días).
Natalia dio un paso más largo que la pierna cuando predicó desde su púlpito (su último libro) que el psicoanálisis no es ciencia. No es que lo sea, de todos modos. Y menos aún que al psicoanálisis le importe. Excepto en programas muy específicos como los que se encuentran en la Universidade de São Paulo (USP), la Universidade Estadual de Campinas (Unicamp) y la Pontifícia Universidade Católica do Paraná (PUCPR), es difícil imaginar a la comunidad “científica”, a una Natalia cualquiera, tomándose el trabajo de revisar su propia existencia mientras aplica el psicoanálisis a un objeto de investigación (porque ese es un costo individual en una investigación en filosofía del psicoanálisis).
Brasil tiene una investigación en psicoanálisis observada internacionalmente. El país comparte algunos fundamentos con los franceses. Hace cien años que la tradición inglesa le niega la condición de ciencia al psicoanálisis. Esa tradición está tan disconforme que no parece tener ninguna intención de dejar de investigar –vaya ironía– científicamente qué hay de ciencia en el psicoanálisis. Mientras tanto, la tradición alemana consiste en corregir lo que considera insuficiencias del psicoanálisis. Pero es así. O no sucedió o no está registrado un comportamiento de arpía.
Lo que hay que escribir contra el prejuicio famélico de Natalia está en la última publicación del profesor titular de Psicoanálisis y Psicopatología de la USP, Christian Dunker. Es el último chisme del mundo-científico-del-coronavirus. Este grupo es a la ciencia lo que la cobertura de la Operación Lava Jato es al periodismo.Natalia Pasternak es la Mara Maravilha del psicoanálisis.
Leia insights sobre a interação de humanos com modelos de linguagem de IA, e sobre os ODS no Brasil. Lab Educação 2050 Ltda, que mantém este site, é signatária do Pacto Global das Nações Unidas.
Los medios en la pandemia revelan una tensión entre el dogma científico y el avance humano.
Ampliar las perspectivas científicas fortalece el bienestar, rompiendo dogmas y promoviendo la vida.
Reflexión psicoanalítica sobre la culpa, la violencia y la identidad colectiva, uniendo la simbología cristiana al drama palestino actual.
Cuando, a las tres de la tarde del viernes, Jesús suspira y entrega su espíritu a Dios, pasamos a preguntarnos: «¿qué hemos hecho?». Para un distraído, no debe ser más que una culpa más para la colección. Nosotros, los freudianos, sin embargo, entendemos tal pregunta como el origen de la civilización.
Es una cuestión de geolocalización, si es que me entiende.
¿Dónde estamos, exactamente, después de haber asesinado al Creador? Si estamos entre los que se hacen a sí mismos esa pregunta, tal como en el mito del parricidio, pues muy bien. Algo así tiene el potencial de desbrutecernos. Pero si estamos más allá de la frontera de la responsabilidad, estamos perdidos. Es en este último lugar donde el individuo vibra con un Jesús que «azota» a los ladrones, sin darse cuenta de que él mismo es el ladrón mencionado en las Escrituras. Vibra con el ultraje a los líderes fariseos, sin percatarse de que el Maestro lo ultraja a él en el instante de la lectura.
Escribí sobre este fenómeno en un capítulo denominado «narcisismo de las pequeñas diferencias» (es un concepto psicoanalítico). En resumen, el odio es aún más talentoso que el amor cuando se trata de unir a los seres humanos, formar ejércitos, iglesias e hinchadas organizadas.
Quien abre una biblia impresa en los años setenta u ochenta —traducida por João Ferreira de Almeida, con interior rosa, seccionado por un índice táctil— encuentra Palestina en la sección de mapas. Es decir. Hasta «ayer», nadie tenía ninguna duda de que el Jesús que matamos era palestino. ¿Qué nos hizo cambiar de bando, además del dinero?
La filosofía de René Girard coincide con la práctica cristiana en la formación de una religión a partir de la violencia, del mismo modo que esa misma violencia genera la humanidad civilizada para los freudianos. Pero este autor es particularmente provocador cuando el muerto es Jesús. Desde que matamos a un inocente, la rueda de la violencia gira en el vacío.
Si la Pascua renueva en los cristianos la esperanza de la resurrección, que pueda también renovar en todos nosotros alguna garantía de que, al menos una vez al año, nos preguntemos: «¿qué hemos hecho?».
La fotografía de este artículo, tomada por Mohammed Salem de la agencia Reuters y difundida por World Press Photo, fue la ganadora del premio World Press Photo del Año. La imagen retrata a Inas Abu Maamar, una palestina de 36 años, en un momento de profundo dolor al abrazar el cuerpo de su sobrina Saly, de tan solo 5 años, que perdió la vida en un bombardeo israelí. La escena ocurrió en el hospital Nasser, ubicado en Jan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza, el 17 de octubre de 2023.
Libro de ensayos del escritor peruano cuestiona las raíces religiosas y políticas detrás de la decadencia cultural moderna.
Aunque he visto la película Pantaleón y las visitadoras (¡divertida y recomendada!), conozco poco de las novelas de Mario Vargas Llosa, Nobel de literatura —escritor peruano que se despidió este día 13.
¡Me gustaba! Una vez me recomendaron encarecidamente La casa verde —curiosamente, por un profesor estadounidense. Sin embargo, este libro de la foto, repleto de ensayos, reflexiones y provocaciones, que me regalaron en 2013, lo leí y me marcó bastante.
Una reflexión profunda aquí: como generalmente en los cursos de comunicación se estudia a la Escuela de Fráncfort, se aprende que la culpa, por así decirlo, del vaciamiento poético visto en las artes a lo largo de la historia, de la decadencia estética de lo que se entiende por bello, así como del fin de la llamada "alta cultura", sería el resultado de la producción en serie, de la búsqueda del lucro a escala, de la industria cultural; en resumen, una consecuencia del capitalismo.
Para mi sorpresa, este libro me reveló un punto de vista diferente: la cuestión es política, e involucra la herencia de un revanchismo contra el gusto de la aristocracia (o de las clases altas) desde las revoluciones.
Se trata de un repudio creciente hacia la sociedad tradicional, tras las grandes guerras mundiales, y, en su esencia, sobre todo, de un trasfondo religioso —al fin y al cabo, en el origen de todas las civilizaciones, en todos los tiempos, fue precisamente de los ritos religiosos de donde provinieron y se desarrollaron las manifestaciones artísticas.
Se parte de la búsqueda de lo sublime, de las experiencias místicas, que posteriormente formaron las bases de lo que entendemos por culturas. Un vínculo que se convirtió en apenas un eco en la vida occidental contemporánea, cuando no fue totalmente desterrado, execrado, en un mundo que, a su parecer, culturalmente, camina rumbo a la nada.
O, como ya observamos ahora, hacia el contenido generado por inteligencia artificial.