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Dentro del Análisis Transaccional (AT), los “disfraces” (o enmascaramientos) se refieren a formas de expresión en las que el individuo no revela abiertamente sus Estados del Yo o sus intenciones subyacentes. Se trata de manifestaciones que confunden la lectura directa de los mensajes, ocultando aspectos emocionales o motivaciones internas (BERNE, 1961). En este capítulo, exploramos la naturaleza de los disfraces, su relación con los Estados del Yo, las consecuencias de estos enmascaramientos en las relaciones y cómo el trabajo terapéutico o educativo puede ayudar a desmontar estas barreras en la comunicación.
Según los principios del AT, cada persona tiende a buscar reconocimiento (caricias) y protección frente a riesgos emocionales. Sin embargo, con frecuencia, el miedo al rechazo o la necesidad de mantener el estatus social lleva al sujeto a “encubrir” sus verdaderos contenidos, asumiendo posturas o discursos que no se corresponden con lo que realmente siente.
Un disfraz, entonces, es una especie de “maquillaje” emocional o relacional que oculta el Estado del Yo efectivo (Padre, Adulto o Niño) o que añade intenciones implícitas a una comunicación aparentemente sincera (BERNE, 1964).
El uso constante de disfraces puede tener múltiples motivaciones:
Muchas veces, el Niño interno teme el juicio o el abandono. Para evitar heridas emocionales, la persona recurre al Padre Crítico o al Adulto Distante, por ejemplo, pareciendo invulnerable o autoritaria.
Un individuo que asume funciones de liderazgo puede intentar “acallar” al Niño espontáneo dentro de sí, disfrazándose constantemente de un Padre excesivamente nutritivo o autoritario. De este modo, busca corresponder a la imagen que considera necesaria para su posición jerárquica (BERNE, 1961).
Los juegos psicológicos, típicos del Análisis Transaccional, a menudo involucran disfraces. Las personas usan mensajes dobles o subtextos para manipular las reacciones de los demás, confirmando guiones de vida o anhelos inconscientes (BERNE, 1972).
Es una de las más comunes: la persona dice algo a nivel “oficial” (Estado del Yo Adulto), pero hay una intención o emoción oculta (Padre, Niño) que no se explicita. Resulta en transacciones dobles, típicas de los juegos.
Cuando el Padre o el Niño “invaden” al Adulto, puede ocurrir un disfraz: el individuo cree estar actuando racionalmente, pero en realidad está filtrando los datos del presente a través de creencias inflexibles o emociones infantiles. Este enmascaramiento cognitivo y emocional impide la evaluación realista del momento (BERNE, 1961).
Tanto en el trabajo como en las relaciones personales, hay quienes mantienen una “sonrisa falsa” o una “aparente calma” como fachada para la rabia, la tristeza o la inseguridad. Este tipo de disfraz dificulta la construcción de vínculos auténticos.
El primer paso es reconocer la existencia del disfraz. El terapeuta o educador puede preguntar discretamente: "¿Hay algo que no estás diciendo abiertamente?" o "¿Esta afirmación corresponde, de hecho, a lo que sientes?". Al nombrar la inconsistencia, la persona tiene la oportunidad de reflexionar y recalibrar su comunicación (BERNE, 1972).
Es fundamental fortalecer el Adulto para que pueda distinguir lo que viene del Padre crítico o dogmático y lo que pertenece al Niño emocional. La clarificación de estas fronteras, llamada descontaminación, reduce la necesidad de disfraces para mantener la coherencia interna.
En los grupos de Análisis Transaccional, los integrantes se ayudan mutuamente a reconocer “indicios” de disfraz. Esto crea un ambiente seguro para experimentar con una comunicación más franca y menos enmascarada, ampliando el autoconocimiento (BERNE, 1961).
Muchas veces, la persona recurre a disfraces por creer que no recibirá aprobación o cuidado si demuestra sus verdaderos sentimientos. Al ofrecer feedback constructivo (caricia positiva específica) y reforzar comportamientos de autenticidad, el terapeuta o líder fomenta la disminución de las máscaras.
El fenómeno de los disfraces no se limita al campo clínico. En empresas, por ejemplo, los colaboradores pueden fingir estar de acuerdo en reuniones para evitar conflictos, mientras alimentan resentimiento por no sentir espacio para divergencias Adultas. El gerente que reconoce este comportamiento y acoge ideas conflictivas de modo constructivo promueve relaciones más transparentes.
El Análisis de los Disfraces aborda las sutiles (y a menudo inconscientes) estrategias que las personas desarrollan para resguardar ciertos aspectos de sí mismas o para manipular escenarios a favor de sus creencias y guiones. Al identificarlos, se gana la oportunidad de romper el ciclo de la Comunicación Doble y los Juegos Psicológicos (BERNE, 1964).
El proceso de concienciación pasa por el fortalecimiento del Adulto, la acogida de las necesidades genuinas del Niño y la reevaluación de las voces parentales (Padre). Así, la vulnerabilidad puede transformarse en una garantía de interacciones auténticas y saludables, tanto en el ámbito personal como en el profesional.